RUTA DE SENDERISMO DE FORGOSELO 3-12-2016
El sábado pasado hicimos una nueva salida de senderismo, la última de este año.
El buen tiempo nos acompañó e incluso como en los días anteriores tampoco había llovido el terreno estaba muy bien para caminar.
Después de la parada habitual para tomar un cafetito en As Neves, seguimos en el autobús hasta el inicio de la ruta en Campos Verdes por una pista de tierra que subía suavemente, no se puede llamar cuesta, y que nos sirvió para entrar en calor, ya que aunque lucia el sol, el efecto de la altura se notaba en la temperatura; pero, ¿quién dice miedo de cualquiera de nosotros?
Nos cruzamos con vacas sueltas pastando en el monte, que nos miraban curiosas, como preguntándose ¿qué hacen todos estos por aquí? Algunas estaban con sus terneritos y con caballos. Es precioso ver al ganado suelto, en lugar de encerrados y además al pastar mantienen el monte limpio de vegetación, la mantienen cortada.
Seguimos caminando hasta llegar al curro, pero delante de este y posiblemente también en él descubrimos o adivinamos, porque queda muy poco, los restos de una necrópolis prehistórica.
Rubén uno de los dos guías nos contó algo que creo que casi ninguno conocía:
«El rey Felipe III, le entregó una Real Cedula en 1.606, al clérigo indiano Pedro Vázquez de Orxas para que excavara las mámoas que se encuentran en el noroeste peninsular, después de este lo convenciera de que en este tipo de monumentos funerarios tenían oro y plata, como los de América, de donde él acababa de regresar y a cambio del permiso, el monarca se reservaba la mayor parte de los hallazgos.
Al trascender la noticia, cientos de gallegos empezaron a excavar las mámoas y se desató «una fiebre de oro espectacular», por lo que hubo numerosas denuncias de la población contra los supuestos «violadores de mámoas», a los que le atribuían grandes fortunas, a pesar de que está demostrado que no contenían oro.
Como había peleas, sobornos y asesinatos por excavar mámoas, para buscar un oro que no existía, el rey decidió poner horcas al lado de ellas, para que la gente comprendiera a lo que se arriesgaba, si se ponía a excavar ilícitamente. A modo de anécdotas, se puede recordar que algunas personas llevaban agua bendita para excavar mámoas, otras se decantaron por ir acompañados por hechiceros y brujos, mientras que otros sostenían que habían encontrado a «una moura», figura que aparece documentada en esa época por primera vez.
Como no había quien parase la expoliación de mámoas, Felipe III determinó que si los responsables judiciales de cada distrito no atrapaban a los culpables de las excavaciones ilícitas de las mámoas, que los metería a ellos en la cárcel. «A partir de ese momento, le empezaron a mandar culpables al rey, independientemente de que lo fueran en realidad o no. Los acontecimientos que se dieron alrededor de la fiebre del oro son una verdadera novela», resalta Martinón.
Tras estudiar la documentación del proceso judicial sobre esta materia, que se conserva en el Archivo del Reino de Galicia en A Coruña, Marcos Martinón llegó a la conclusión de que la fiebre del oro «tuvo que resonar en cada aldea y en cada pueblo de Galicia, por los miles de documentos judiciales que generó».
El rey extremó las medidas de represión y castigo, «porque pensaba que el oro (inexistente) de las mámoas podía solucionar el problema de las arcas de la corona».
Pese a la gran cantidad de material prehistórico que destrozaron los buscadores de oro, Martinón considera que hay que sentir «cierta simpatía por ellos», debido a las difíciles condiciones en las que vivían en el siglo XVII. Recuerda que Cunqueiro decía que «mientras mantengamos la creencia de que en una aldea hay un tesoro enterrado, somos ricos».
Pedro Vázquez, le dijo al rey que los galigriegos o mouros (era como llamaban a los habitantes de las aldeas) habían saqueado todo el oro y plata.»
Pasamos al curro a través de una cancela de metal que estaba cerrada por lo que tuvimos que entrar a través de los barrotes. Allí estaba el curro a donde pasan a los caballos para marcar y rapar y toda una zona preparada con mesas de piedra para celebrar romerías.
Seguimos dirección nordeste con el cercado a nuestra derecha. Se alternan las zonas de pasto, tojo, brezo… un pinar y se continua hasta llegar a un alto donde se puede ver parte de la sierra y llegamos a la pena dos Tres Pés, una roca que parece hecha a propósito y que es el resultado de la erosión del tiempo, se puede ver una gran pradera dedicada a la cría y engorde de los terneros del Forgoselo y seguimos caminando hasta volver al curro. Nos llamó la atención el encontrar los restos de alguna res muerta pero que de forma natural debieron de valer para que siguiera la cadena de alimentación de otros animales de forma natural.
Volvimos por donde habíamos llegado y cogimos el autobús para ir a Rocamande donde está el parque eólico de Forgoselo Una vez llegados a Racamonde en un bosque de molinos eólicos y con un día claro y sin nubes, la vista es impresionante: se contempla gran parte de la sierra, la zona de As Pontes, el mar hacia el oeste, las islas Sisargas, las Rias de Ferrol y de Ares.
Nos fuimos a comer al restaurante Casa Peizas, nos gustó a todos y lo recomendamos.
Después de comer, visitamos el Museo etnográfico de A Capela, en el se recrea una casa rural tradicional con cantidad de objetos que nos llevan al pasado, pero también una muestra de oficios de las zonas rurales de hace años como: zoqueiros, cesteros, tejedores, sastres, herreros… las formas en que las gentes vivían hace mucho tiempo. Este museo está ubicado en una antigua casa rectoral y surgió a través de una exposición organizada por un maestro en el colegio con los alumnos de objetos que estos pidieron en sus casas. La respuesta fue tan grande que pensaron que podía ser el principio de un museo etnográfico y desde el año 2003 sigue creciendo e investigando en la vida de sus antepasados y animando al estudio.
Un día muy aprovechado. Gracias a Rubén y a Miguel por esta ruta tan bien organizada
Pinchando en la fotografía: todas las imágenes del día: